EL ESTADO SERVIL, por HILARIE BELLOC
Hilaire Belloc, nacido en La Celle-Saint-Cloud, Francia, en 1870, y fallecido en Guildford, Reino Unido, en 1953, fue uno de los escritores más prolíficos y carismáticos de la Inglaterra de comienzos del siglo XX. Hijo de padre francés y madre inglesa, ambos católicos, Belloc vivió desde su infancia en las Islas Británicas, aunque mantuvo la nacionalidad francesa hasta 1902, año en que también se graduó en Historia por la Universidad de Oxford. Su vida estuvo marcada por una educación clásica y por la influencia de la fe católica, que sería el eje vertebrador de su pensamiento y obra. De espíritu combativo y verbo afilado, fue conocido como “el viejo trueno”, apodo que reflejaba su temperamento apasionado y su capacidad para sacudir los cimientos de la sociedad con sus ideas. Belloc no solo fue escritor, sino también poeta, periodista, político —miembro del Parlamento británico entre 1906 y 1910— y un incansable polemista. Su amistad y colaboración con G. K. Chesterton dio origen a una de las duplas intelectuales más influyentes de su tiempo, y juntos impulsaron el distributismo, una alternativa al capitalismo y al socialismo inspirada en la doctrina social de la Iglesia. Belloc escribió más de ciento cincuenta libros, entre los que destacan biografías históricas, ensayos, poesía y tratados políticos, siempre guiado por la convicción de que la fe católica era la columna vertebral de la civilización europea.
“El Estado servil”, publicado en 1912, es una de las obras más emblemáticas y provocadoras de Belloc. En este ensayo, el autor realiza un diagnóstico lúcido y demoledor de la economía y la sociedad occidentales, anticipando problemas que, más de un siglo después, siguen siendo de una vigencia inquietante. Belloc parte de la premisa de que la civilización europea, desde la Edad Media hasta la Revolución Industrial, se había sostenido sobre un modelo económico en el que la propiedad estaba ampliamente distribuida entre la población. Este modelo, que él denomina “la sociedad propietaria”, garantizaba la libertad y la dignidad de las personas, pues cada familia era dueña de los medios de producción necesarios para su subsistencia. Sin embargo, con la llegada del capitalismo industrial, esa distribución se quebró: la propiedad se concentró en manos de unos pocos, mientras que la mayoría se vio obligada a vender su trabajo a cambio de un salario, perdiendo así su independencia.
Belloc sostiene que el capitalismo, lejos de ser un sistema estable, lleva en su seno la semilla de su propia transformación en lo que él llama “el estado servil”. Este estado no es ni el antiguo régimen feudal ni el socialismo, sino una nueva forma de organización social en la que la mayoría de las personas, desprovistas de propiedad, dependen de una minoría que la posee y controla. El estado servil se caracteriza por la existencia de una masa de trabajadores legalmente obligados a servir a los propietarios, bajo la protección y regulación del Estado, que garantiza tanto la subsistencia de los primeros como la seguridad de los segundos. Para Belloc, esta situación es una perversión de la libertad y la justicia, pues convierte a los hombres libres en siervos modernos, sometidos a una tutela estatal que, bajo la apariencia de protección social, perpetúa la desigualdad y la dependencia.
El análisis de Belloc es tan riguroso como apasionado. Desmonta las promesas del socialismo, al que acusa de sustituir la servidumbre al capital por la servidumbre al Estado, y denuncia la hipocresía de un liberalismo que defiende la libertad formal mientras acepta la miseria y la explotación de las mayorías. Frente a estas alternativas, Belloc propone el distributismo: la restauración de una sociedad en la que la propiedad esté ampliamente repartida, permitiendo a cada familia vivir con dignidad y autonomía. Inspirado en la doctrina social de la Iglesia católica y en la encíclica Rerum Novarum, Belloc defiende que solo una sociedad de propietarios puede ser verdaderamente libre y justa, y advierte que, de no restaurar ese equilibrio, Occidente se deslizará irremediablemente hacia el estado servil, donde la libertad será solo un recuerdo y la dignidad humana, una ilusión.
La prosa de Belloc en “El Estado servil” es vibrante, irónica y profundamente didáctica. Con una mezcla de erudición histórica y agudeza polemista, el autor interpela al lector, desafiándolo a cuestionar las bases mismas de la sociedad moderna. El libro está salpicado de frases memorables, como aquella en la que afirma: “La libertad y la propiedad son inseparables: donde no hay propiedad, no puede haber libertad”. Esta sentencia resume la convicción central de Belloc: la libertad no es un derecho abstracto, sino una realidad concreta que depende de la posesión de los medios materiales para ejercerla. Otra cita destacada es: “El estado servil no es una teoría, sino una tendencia observable en la historia moderna; es el destino hacia el que nos dirigimos si no cambiamos de rumbo”. Aquí Belloc advierte sobre la inercia de las instituciones y la necesidad de una reforma profunda para evitar la consolidación de una nueva servidumbre. Finalmente, la reflexión: “La justicia social no se logra multiplicando leyes, sino restaurando la dignidad del hombre a través de la propiedad”, sintetiza su crítica tanto al intervencionismo estatal como a la pasividad ante la concentración de la riqueza.
Cada una de estas citas encierra una lección que resuena con fuerza en el presente. Belloc no solo anticipó los peligros de la tecnocracia y la burocratización de la vida social, sino que ofreció una visión alternativa basada en la justicia, la libertad y la responsabilidad personal. “El Estado servil” es, en definitiva, una llamada a la acción y a la reflexión, un libro que desafía al lector a imaginar una sociedad más humana y más libre, y que demuestra que la verdadera grandeza de un pensador reside en su capacidad para adelantarse a su tiempo y señalar caminos allí donde otros solo ven fatalidad.
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